Algo más que coqueteo. La histeria es un juego enfermizo de "te doy pero te quito". Una forma de relacionarse con el otro que adoptan por igual hombres y mujeres. Malele Penchasky, a raíz de su libro "Historia universal de la histeria", asegura que "cuanto menos se consuma el encuentro de dos seres, cuanto más se ejercita la mirada apasionada, la palabra que enamora, la voz que subyuga... todo lo que se promete y nunca llega, más pasión y deseo habrá, porque la histeria está ligada a la pasión dolorosa".
Agustina Y. sabía que tarde o temprano él la invitaría a salir. Si la miraba con todas las intenciones posibles cada vez que ella pasaba cerca… Iban al mismo gimnasio y coincidían en el horario. Al principio no, pero con el paso del tiempo, para ella no había opción: sí o sí iba a caminar en la cinta antes de las 10 AM. El ya estaba hacía rato, y le sonreía al verla llegar.
Las dos horas que duraba el circuito por todos los aparatos, no paraban de seguirse a través de los espejos. Más de una vez, incluso, lo había descubierto mirándola como hipnotizado. Intuía que entre ellos había algo distinto, algo especial.
Un día, incluso, cuando ella estaba tomando agua, él se acercó y se presentó. Hablaron de rutinas de ejercicios, del peso ideal de sus cuerpos, de dietas hipocalóricas. Agustina se sentía en las nubes. No pudo seguir entrenando después de la charla. Su respiración no se normalizaba.
Desde entonces hubo guiños, sonrisas. Pero nada más. Ella se obsesionó con el vestuario deportivo. No solo no repetía, sino que buscaba modelos más que provocativos. El, no avanzaba. Nunca avanzó. La ilusión de conquistarlo, sin embargo, la mantuvo en buen estado físico. Y le permitió, por lo menos, seguir rompiendo corazones.
Agustina Y. sabía que tarde o temprano él la invitaría a salir. Si la miraba con todas las intenciones posibles cada vez que ella pasaba cerca… Iban al mismo gimnasio y coincidían en el horario. Al principio no, pero con el paso del tiempo, para ella no había opción: sí o sí iba a caminar en la cinta antes de las 10 AM. El ya estaba hacía rato, y le sonreía al verla llegar.
Las dos horas que duraba el circuito por todos los aparatos, no paraban de seguirse a través de los espejos. Más de una vez, incluso, lo había descubierto mirándola como hipnotizado. Intuía que entre ellos había algo distinto, algo especial.
Un día, incluso, cuando ella estaba tomando agua, él se acercó y se presentó. Hablaron de rutinas de ejercicios, del peso ideal de sus cuerpos, de dietas hipocalóricas. Agustina se sentía en las nubes. No pudo seguir entrenando después de la charla. Su respiración no se normalizaba.
Desde entonces hubo guiños, sonrisas. Pero nada más. Ella se obsesionó con el vestuario deportivo. No solo no repetía, sino que buscaba modelos más que provocativos. El, no avanzaba. Nunca avanzó. La ilusión de conquistarlo, sin embargo, la mantuvo en buen estado físico. Y le permitió, por lo menos, seguir rompiendo corazones.